Freitag, August 04, 2006

what they say might hurt you

Bueno, después del letargo generado por unas bien merecidas vacaciones y cierta obsesión por ver anime, aquí estamos nuevamente.

En el transcurso de un par de meses me he encontrado con que mi blog tiene comentarios a las entradas. Sin embargo varias cosas extrañas se advierten al leerlos. En primer lugar están en inglés, elogiando mi blog. Me parece ilógico que a pesar de que los textos están completamente o casi completamente en español, me elogien angloparlantes, pero bueno, les damos el beneficio de la duda. Después de eso, lo que elogian son los gráficos (inexistentes), los colores (vamos es negro), las fuentes, o que resulta útil. A esta altura es obvio que esto es una especie de spam en blogs. Finalmente vemos que al final de cada comentario, como no queriendo la cosa, aparece un link. ¿A dónde lleva? No tengo la menor idea, no pienso darles clic, pero es obvio que no me llevarán a nada constructivo.

Es un ejemplo más de lo que dieron en llamar la “ingeniería social” aplicada a esfuerzos de publicidad en los mejores casos o para dañar al usuario, para hacerle pagar su ingenuidad. Muchos de los ataques que se realizan en la internet, los fraudes, todo el spam que llega, se basan en el precepto de que la gente es ingenua, y lo es. OK, SOMOS ingenuos. En el caso particular de los comentarios, se explota la necesidad de todo administrador de blog de saber que alguien lee su espacio, y que alguien tiene opiniones al respecto, eso es ruin. También son comunes los ataques en los que se piden cuentas bancarias o passwords, y la gente los proporciona porque “parecía auténtico, y la institución que me lo pregunta nunca me haría daño”. Me hizo recordar que alguna vez me preguntaron “¿Nunca me harías daño verdad?” (no sé si me da gracia o ternura). ¿Por qué alguien me preguntaría eso, aparte de que parezco alguien no muy amigable?. Parece que necesitamos tener confianza en algo, saber que podemos confiar en algo o en alguien, sentir que no estamos solos.

Nos conducimos por la vida con la certeza, la confianza de que “algo” nos protege. Ya sea organismos reguladores que “no dejarían” que este coche no fuera confiable, que no dejarían que este medicamento fuera dañino, que esta salchicha estuviera compuesta de sobras de animal, que el celular fuera riesgoso al cerebro, que mi lap me causara esterilidad. Esto es sobre todo cierto en la cultura estadounidense donde hay millones de advertencias porque el público exige estar protegido de su propia ignorancia y estupidez (o para que no suene tan agresivo, su forma de encontrar usos creativos e insólitos a las cosas). También podemos pensar que el gobierno no permitiría x ó y cosa. O incluso aquel (o aquellos en el caso de los que creen en que tienen todo contingente trabajando en equipo) en el que la mayoría de las personas deposita su confianza: Dios. Es la forma más sencilla de sobrellevar el día a día, pensar que hay una conciencia divina que nos protege y nos cuida de la malicia que nos rodea día a día. Que las calamidades solo le ocurren a los otros, a gente ajena, gente lejana, a nosotros nunca. Claro que la definición de calamidad varía de persona a persona, hasta llegar a lo ridículo. Y ciertamente no es del todo criticable, pues hace el día a día mucho más digerible, nos libera de una cantidad infinita de preocupaciones.

Sin embargo, por más triste que suene, estamos solos!!. Y eso es algo que debemos tomar en cuenta en cada una de nuestras decisiones. Sobre todo cuando es una que está basada en la confianza que tenemos sobre “algo”. Necesariamente eso nos lleva la desconfianza. Un cierto grado de desconfianza hacia todo y todos es algo que considero sano, porque nos orilla a valorar las cosas dos veces, a revisarlas, a evitar los saltos de fe, que nos pueden traer muchos descalabros. Y por supuesto un salto de fe, de vez en cuando en general no nos hará ningún daño y nos puede traer gratas sorpresas, pero en lo posible es mejor no esperar una intervención divina y hacernos cargo. Creanme que a un ser divino no le interesa si su computadora tiene virus o si vacían sus cuentas bancarias, y sí a “eso” no le interesa, mucho menos al poder judicial, aunque digan todo lo contrario.